A día de hoy es muy común conocer las propiedades alimenticias de cada producto y alimento que consumimos, sus beneficios, su densidad nutricional… Cada vez es más habitual preocuparse por mantener hábitos alimenticios saludables, relacionados con el tipo de producto, cantidad y forma de cocinado. No pongo en duda la importancia de llevar hábitos saludables y, por tanto, de los beneficios de interesarse por nutrirse de una forma adecuada. Sin embargo, cuando pensamos en todo esto nos estamos centrando en el plano físico pero, ¿dónde queda el emocional?
Salud y emociones
Según la Organización Mundial de la Salud, la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solo la ausencia de afecciones o enfermedades
Por tanto, no podemos dejar de lado la parte emocional a la hora de pensar en salud y en la relación de la comida con ésta.
No podemos negar la realidad de que la comida es conexión, con los demás (nuestros ritos culturales) y conexión con una misma, con mis necesidades, con mi interior. La comida nos conecta con nuestra intimidad y con nuestra parte niña, espontánea, juguetona y curiosa.
Hambre emocional y culpa
Sin embargo, es muy habitual que esta conexión se haya vivido y se viva con culpa, juicio y malestar. Como sociedad presentamos mensajes contradictorios e incongruentes sobre la conducta de comer y mensajes de control y culpa sobre nuestros cuerpos, especialmente el de las mujeres.
De hecho, cuando pensamos en comer como consecuencia de una emoción solemos asociarlo a algo negativo, al descontrol, a malestar…
El hambre emocional se entiende como aquel tipo de hambre que surge repentinamente y hacia un alimento específico. Podría entenderse como un “antojo” hacia un tipo de comida simplemente por su sabor o el efecto que nos genera. A diferencia de éste, el hambre fisiológica o física va aumentando gradualmente, sentimos el estómago vacío, y busca ser satisfecha (en principio) por cualquier tipo de alimento.
Sin embargo, comer no solo responde a la necesidad de alimentarse y sobrevivir, sino que implica un rito social y una experiencia emocional, lo cual no tiene que ser negativo ni malo.
Desconexión y hambre emocional
Puede representar un problema cuando la comida se instaura como vía fácil, para resolver a corto plazo lo que nos incomoda.
Por eso, si no estamos conectadas con nuestras emociones y necesidades, podemos buscar conexión a través de la comida y que se instaure como dinámica.
La comida no es el enemigo
El problema no es la comida, ni si engorda más o menos, si es más densa o menos. La cuestión es el uso que hacemos, la relación que establecemos con ella.
Ya sabemos que podemos usarla como escudo para evitar conectar con nuestro malestar o inseguridades, para evitar hacer frente a un problema o conflicto, para posponer tomar decisiones, etc.
La solución siempre va a ser reconectarnos con nosotras mismas, mirarnos y escucharnos para poder afrontar nuestras dificultades y miedos; para poder volver a tener una relación con la comida -y con nuestros cuerpos- buena y positiva para nosotras mismas.
Desde Lume Psicología, centro de psicología en Madrid u online, podemos ayudarte a volver a conectar contigo y tus necesidades, escuchar tus emociones y a establecer una relación sana con la comida.